Hoy, 8 de diciembre, la Iglesia Católica celebra la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Esto significa que los católicos celebramos aquel designio de Dios por el que la Madre de Jesús fue preservada del pecado original desde el momento mismo en que fue concebida, es decir, desde el inicio de su vida humana.
Que María haya sido concebida sin pecado es algo que solo puede entenderse dentro del plan divino de salvación. La Inmaculada Concepción de María constituye, al mismo tiempo, un dogma de fe y, por lo tanto, todo católico está obligado a creer y defender dicha certeza, que la Iglesia preserva como un don único.
Un poco de historia
A mediados del siglo XIX, el Papa Pío IX, después de recibir numerosos pedidos de obispos y fieles de todo el mundo, en comunión con toda la Iglesia, proclamó la bula “Ineffabilis Deus” (Dios inefable) con la que queda decretado este dogma mariano:
“Que la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles…»
El día elegido para la proclamación del dogma fue el 8 de diciembre de 1854, día en que habitualmente se celebra a la Inmaculada Concepción. En aquella ocasión, desde Roma fueron enviadas cientos de palomas mensajeras portando el texto con la gran noticia. Se cree que unos 400 mil templos católicos alrededor del mundo repicaron campanas en honor a la Madre de Dios.
Unos tres años después, la Virgen María, en una de sus apariciones en Lourdes, se presentó ante la humilde pastorcita Santa Bernardita Soubirous con estas palabras: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
Actualmente son miles las iglesias en todo el mundo que están dedicadas a la advocación de “La Inmaculada” y millones los fieles que le profesan una particular devoción.
Al dirigir el rezo del Ángelus este 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, el Papa Francisco recordó que la santidad “no es cuestión de estampitas, sino de vivir cada día lo que nos sucede con humildad y alegría”.
Así lo dijo el Santo Padre ante numerosos fieles reunidos en la plaza de San Pedro del Vaticano para la oración mariana.
“Pidámosle a la Virgen una gracia: que nos libre de la idea engañosa de que una cosa es el Evangelio y otra la vida; que nos encienda de entusiasmo por el ideal de santidad, que no es una cuestión de estampitas, sino de vivir cada día lo que nos sucede con humildad y alegría, libres de nosotros mismos, con la mirada puesta en Dios y en el prójimo que encontramos”, invitó el Papa.
En esta línea, el Pontífice alentó “por favor, no nos desanimemos” porque “¡el Señor nos ha dado a todos un buen paño para tejer la santidad en la vida diaria! Y cuando nos asalte la duda de no lograrlo, la tristeza de ser inadecuados, dejémonos mirar por los ‘ojos misericordiosos’ de la Virgen, ¡porque nadie que ha pedido su ayuda ha sido abandonado jamás!”
Al reflexionar en el pasaje del Evangelio de San Lucas que relata cuando la Virgen María recibió el anuncio del arcángel San Gabriel, el Papa Francisco destacó “¡esta es una noticia extraordinaria para nosotros! Porque nos dice que el Señor, para hacer maravillas, no necesita grandes medios ni nuestras sublimes habilidades, sino nuestra humildad, nuestra mirada abierta a Él y también abierto a los demás”.
“Con ese anuncio, dentro de las pobres paredes de una pequeña casa, Dios cambió la historia. También hoy quiere hacer grandes cosas con nosotros en la vida de todos los días: en la familia, en el trabajo, en los ambientes cotidianos. Ahí, más que en los grandes acontecimientos de la historia, la gracia de Dios ama obrar”, afirmó el Papa.
De este modo, el Santo Padre cuestionó “¿lo creemos? ¿O pensamos que la santidad es una utopía, algo para los expertos, una ilusión piadosa incompatible con la vida ordinaria?”.
Humildad de la Virgen María
Asimismo, el Papa subrayó la humildad de la Virgen María que al recibir el anuncio del ángel “no se enaltece, sino que se turba; en lugar de sentirse halagada, siente asombro” porque “se siente pequeña por dentro, y esta pequeñez, esta humildad atrae la mirada de Dios”.
“En su humildad sabe que todo lo recibe de Dios. Por tanto, está libre de sí misma, completamente orientada a Dios y a los demás. María Inmaculada no tiene ojos para sí misma. Aquí está la verdadera humildad: no tener ojos para uno mismo, sino para Dios y para los demás”, dijo el Papa.
En este sentido, el Santo Padre invitó a reflexionar que “recibir grandes elogios, honores y cumplidos a veces tiene el riesgo de despertar el orgullo y la presunción” y animó a recordar que “Jesús no es tierno con los que van en busca del saludo en las plazas, de la adulación, de la visibilidad”.
Por último, el Papa destacó que el ángel llama a la Virgen María “llena de gracia” porque “está vacía de maldad, es sin pecado, Inmaculada” y destacó que “esta perfección de María, la llena de gracia, la declara el ángel dentro de las paredes de su casa: no en la plaza principal de Nazaret, sino allí, en el ocultamiento, en la mayor humildad” porque “en esa casita de Nazaret palpitaba el corazón más grande que una criatura haya tenido jamás”.
Martín es bautizado en la iglesia de San Sebastián, donde años más tarde Santa Rosa de Lima también lo fuera.
Son misteriosos los caminos del Señor: no fue sino un santo quien lo confirmó en la fe de sus padres. Fue Santo Toribio de Mogrovejo, primer arzobispo de Lima, quien hizo descender el Espíritu sobre su moreno corazón, corazón que el Señor fue haciendo manso y humilde como el de su Madre.
A los doce Martín entró de aprendiz de peluquero, y asistente de un dentista. La fama de su santidad corre de boca en boca por la ciudad de Lima.
Martín conoció al Fraile Juan de Lorenzana, famoso dominico como teólogo y hombre de virtudes, quien lo invita a entrar en el Convento de Nuestra Señora del Rosario.
Las leyes de aquel entonces le impedían ser religioso por el color y por la raza, por lo que Martín de Porres ingresó como Donado, pero él se entrega a Dios y su vida está presidida por el servicio, la humildad, la obediencia y un amor sin medida.
San Martín tiene un sueño que Dios le desbarata: «Pasar desapercibido y ser el último». Su anhelo más profundo siempre es de seguir a Jesús. Se le confía la limpieza de la casa; por lo que la escoba será, con la cruz, la gran compañera de su vida.
Sirve y atiende a todos, pero no es comprendido por todos. Un día cortaba el pelo a un estudiante: éste molesto ante la mejor sonrisa de Fray Martín, no duda en insultarlo: ¡Perro mulato! ¡Hipócrita! La respuesta fue una generosa sonrisa.
San Martín llevaba ya dos años en el convento, y hacía seis que no veía a su padre, éste lo visita y… después de dialogar con el P. Provincial, éste y el Consejo Conventual deciden que Fray Martín se convierta en hermano cooperador.
El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios por su profesión religiosa. El P. Fernando Aragonés testificará: «Se ejercitaba en la caridad día y noche, curando enfermos, dando limosna a españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y curaba con singular amor». La portería del convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él solía repetir: «No hay gusto mayor que dar a los pobres».
Su hermana Juana tenía buena posición social, por lo que, en una finca de ella, daba cobijo a enfermos y pobres. Y en su patio acoge a perros, gatos y ratones.
Pronto la virtud del moreno dejó de ser un secreto. Su servicio como enfermero se extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más abandonadas que podía encontrar en la calle. Su humildad fue probada en el dolor de la injuria, incluso de parte de algunos religiosos dominicos. Incomprensión y envidias: camino de contradicciones que fue asemejando al mulato a su Reconciliador.
Los religiosos de la Ciudad Virreinal van de sorpresa en sorpresa, por lo que el Superior le prohíbe realizar nada extraordinario sin su consentimiento. Un día, cuando regresaba al Convento, un albañil le grita al caer del andamio; el Santo le hace señas y corre a pedir permiso al superior, éste y el interesado quedan cautivados por su docilidad.
Cuando vio que se acercaba el momento feliz de ir a gozar de la presencia de Dios, pidió a los religiosos que le rodeaban que entonasen el Credo. Mientras lo cantaban, entregó su alma a Dios. Era el 3 de noviembre de 1639.
Su muerte causó profunda conmoción en la ciudad. Había sido el hermano y enfermero de todos, singularmente de los más pobres. Todos se disputaban por conseguir alguna reliquia. Toda la ciudad le dio el último adiós.
Su culto se ha extendido prodigiosamente. Gregorio XVI lo declaró Beato en 1837. Fue canonizado por Juan XXIII en 1962. Recordaba el Papa, en la homilía de la canonización, las devociones en que se había distinguido el nuevo Santo: su profunda humildad que le hacía considerar a todos superiores a él, su celo apostólico, y sus continuos desvelos por atender a enfermos y necesitados, lo que le valió, por parte de todo el pueblo, el hermoso apelativo de «Martín de la caridad».
Cada 13 de mayo se celebra en todo el mundo la Fiesta de la Virgen de Fátima. En este día recordamos el día de su primera aparición en Cova de Iría, Fátima, Portugal, en 1917.
“No tengáis miedo. No os haré daño”, les dijo la Virgen María a Lucía, Jacinta y Francisco, los niños pastores que la contemplaron con temor al verla aparecer por primera vez, como aquella señora vestida de blanco, más brillante que el sol. Luego del impacto inicial, nuestra dulce Madre les dijo que venía del Cielo y les pidió que volvieran a aquel lugar, el día 13 de cada mes a la misma hora, por seis meses seguidos. La Madre de Dios les preguntó:
“¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?». Los pequeños le respondieron que sí, por lo que la Virgen, con ternura, les advirtió que sufrirían mucho porque los pecados de los hombres eran grandes, pero que la gracia de Dios los fortalecería siempre. La Señora abrió sus manos y una fuerte luz los cubrió; cayeron de rodillas y empezaron a decir con humildad: “Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el Santísimo Sacramento”.
La Virgen de Fátima finalmente les dijo: “Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”. Luego se elevó. Recordemos que eran tiempos en los que se desarrollaba la primera guerra mundial, y en los que el comunismo empezaba a acechar al mundo.
En los siguientes meses, los niños acudieron a las citas con la Señora, pero eso también les valió pasar por burlas, calumnias, amenazas e incluso la cárcel, dada la incomprensión de la gente. Poco después, Francisco y Jacinta fallecieron víctimas de penosas enfermedades.
Con el tiempo, la Iglesia reconoció el testimonio de los niños y la veracidad de las apariciones milagrosas de la Madre de Dios, al tiempo que la devoción a la Virgen de Fátima se expandía por todo el mundo.
Varias décadas más tarde, San Juan Pablo II consagró Rusia -nación esclavizada en una ideología contraria a Dios y al ser humano, denominada comunismo- al Inmaculado Corazón de María, tal como había sido el pedido de la Madre de Dios. El Papa Peregrino también beatificó a los videntes Jacinto y Francisca en el año 2000, con la presencia de Sor Lucía, quien fallecería unos años más tarde, en 2005. Lucía fue la última sobreviviente de los pastorcitos de Fátima, quien consagró su vida a Dios como religiosa.
Algunos pedidos que la Virgen de Fátima hizo a los pastorcitos.
Sor Lucía cuenta en la “cuarta memoria” que la Virgen, en la aparición del 13 de julio de 1917, les recomendó:
“Sacrificaos por los pecadores, y decid muchas veces, en especial cuando hagáis algún sacrificio: Oh Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”.
Luego María insistió:
“Cuando recéis el rosario decid, al final de cada misterio: Oh Jesús mío, perdonadnos, libradnos del fuego del infierno, llevad al Cielo a todas las almas, especialmente las más necesitadas de vuestra misericordia”.
En el año 2017, el Papa Francisco viajó a Fátima por los 100 años de las apariciones y la canonización de los pastorcitos Francisco y Jacinta Marto.
Joseph Pronechen, escritor católico y autor del libro Fruits of Fatima – Century of Signs and Wonders, recordó en el National Catholic Register algunas de las frases con las que los santos han expresado su devoción a San José a través de los siglos.
“Con San José, me viene a la mente la vieja perogrullada: ‘Las acciones hablan más que las palabras’”, dijo Pronechen. Los santos “lo saben de primera mano y nos muestran cómo nosotros también podemos tener el mismo vínculo de amistad y compañerismo” con el padre adoptivo de Cristo, agregó.
A continuación, presentamos las frases de 14 santos y beatos sobre San José:
Santa Teresa de Ávila
La santa española fue la religiosa que reformó el Carmelo en el siglo XVI, fundó la Orden de las Carmelitas Descalzas, y fue declarada Doctora de la Iglesia. Se caracterizaba por su sencillez, prudencia, amabilidad y caridad.
Santa Teresa tenía una profunda vida de oración y era tan devota de San José que le puso su nombre a todos sus monasterios y nos dejó una serie de frases que nos enseñan el amor y las gracias que recibió por intercesión de San José.
“Tomé por mi abogado y señor al glorioso San José y me encomendé sinceramente a él; y descubrí que este mi padre y señor me libró tanto de este problema como de otros problemas mayores relacionados con mi honor y la pérdida de mi alma, y que me dio mayores bendiciones de las que podía pedirle”.
“No sé cómo alguien puede pensar en la Reina de los Ángeles, durante el tiempo que ella sufrió tanto con el Niño Jesús, sin agradecer a San José por la forma en que los ayudó”.
“A otros santos el Señor parece haberles dado la gracia para socorrernos en algunas de nuestras necesidades, pero de este santo glorioso mi experiencia es que nos socorre en todos ellos y que el Señor desea enseñarnos que como Él mismo estaba sujeto a él en la tierra (porque, siendo Su guardián y siendo llamado Su padre, él podría mandarle), de la misma manera en el Cielo Él todavía hace todo lo que pide. Esta ha sido también la experiencia de otras personas a las que he aconsejado que se encomienden a él; e incluso hoy en día hay muchos que le tienen una gran devoción por haber experimentado nuevamente esta verdad”.
“No recuerdo ni siquiera ahora que le haya pedido algo que él no me haya concedido. Estoy asombrada de los grandes favores que Dios me ha concedido a través de este venerable santo, y de los peligros de los que me ha liberado, tanto en cuerpo como en alma”.
“Desde hace unos años, creo, le he hecho alguna petición cada año en su fiesta, y siempre me la ha concedido. Si mi petición está mal dirigida de alguna manera, él la dirige correctamente para mi mayor bien”.
“Ojalá pudiera persuadir a todos para que se dediquen a este glorioso santo, porque tengo una gran experiencia de las bendiciones que puede obtener de Dios. Nunca he conocido a nadie que se dedique verdaderamente a él y le preste servicios particulares que no hayan avanzado notablemente en virtud, porque él brinda una ayuda muy real a las almas que se encomiendan a él”.
“Solo ruego, por el amor de Dios, que el que no me crea ponga a prueba lo que digo, y verá por experiencia las grandes ventajas que se derivan de encomendarse a este glorioso patriarca y de tener devoción por él”.
San Bernardino de Siena
El santo italiano fue un predicador y misionero franciscano que nació a finales del siglo XII y cuyos sermones sirvieron de modelos para muchos oradores en los siglos siguientes. Él alguna vez dijo que “San José era la imagen viva de su Esposa Virgen; se parecían entre sí como dos perlas”.
Santo Tomás de Aquino
El santo italiano, sacerdote y Doctor de la Iglesia, es reconocido por sentar las bases de lo que hoy conocemos como Teología y su obra más famosa es Summa Teológica.
Él dijo: “Hay muchos santos a quienes Dios ha dado el poder para ayudarnos en las necesidades de la vida, pero el poder que se le ha dado a San José es ilimitado: se extiende a todas nuestras necesidades, y todos aquellos que lo invocan con confianza están seguros de ser escuchados”.
San Francisco de Sales
Este santo fue un sacerdote conocido por su amabilidad y por luchar varios años de su vida para dominar su ira y lograr la conversión de muchos. El hoy Doctor de la Iglesia dijo una vez: “Nada le será negado [a San José], ni por Nuestra Señora ni por su glorioso Hijo”.
San Alfonso de Ligorio
El famoso santo italiano del siglo XVIII, también Doctor de la Iglesia, es reconocido por sus escritos sobre moral y su gran devoción a María. Entre sus obras más famosas se encuentran “Las Glorias de María”. Alguna vez dijo que: “No hay duda al respecto: así como Jesucristo quiso estar sujeto a José en la tierra, así hace todo lo que el santo le pide en el Cielo”.
“El santo ejemplo de Jesucristo, quien, mientras estuvo en la tierra, honró tanto a San José y fue obediente a él durante su vida, debería ser suficiente para inflamar los corazones de todos con la devoción a este santo”.
San Pedro Julián Eymard
Este santo francés fue un sacerdote que fundó la Congregación del Santísimo Sacramento y es Doctor de la Iglesia. Él dijo una vez que “la devoción a San José es una de las gracias más selectas que Dios puede dar a un alma…Cuando Dios quiere elevar un alma a mayores alturas, la une a San José, dándole un fuerte amor por el santo bueno”.
Además, aconsejó lo siguiente: “Hazle [a San José] el patrón de tu familia, y pronto tendrás una prueba tangible de su mano protectora”.
San Pío de Pietrelcina
El fraile capuchino y sacerdote italiano, conocido como el Santo de los Estigmas, dijo: “San José, con el amor y la generosidad con que guardó a Jesús, así también guardará tu alma, y como lo defendió de Herodes, así defenderá tu alma del Herodes más feroz: ¡el diablo! Todo el cariño que el Patriarca San José tiene por Jesús, lo tiene por ti y siempre te ayudará con su patrocinio. Él te librará de la persecución del malvado y orgulloso Herodes, y no permitirá que tu corazón se separe de Jesús. ¡Ite ad Ioseph! Acude a José con extrema confianza, porque yo, como Santa Teresa de Ávila, no recuerdo haberle pedido nada a san José sin haberlo obtenido de buena gana”.
Papa San Pío X
El santo de origen italiano fue elegido Papa en 1903 y fue conocido por centrar su pontificado en la promoción de la Eucaristía, al punto que animaba a recibir el Cuerpo de Cristo diariamente, si era posible. Él dijo: “Todo por Jesús, todo por María, todo a tu ejemplo, oh Patriarca, San José”.
Papa San Pablo VI
El santo italiano fue elegido Pontífice en 1963 y es conocido por defender la vida y la familia con su encíclica Humanae vitae. Dijo: “Alégrense, devotos siervos de San José, porque están cerca del paraíso; la escalera que conduce a ella tiene solo tres peldaños, Jesús, María y José”.
Santa María Magdalena de Pazzi
La santa italiana fue una religiosa carmelita mística del siglo XVI que experimentó los estigmas y sufrió de muchas tentaciones y dolores físicos, los que ofreció con paciencia por la salvación de las almas. Ella dijo: “Él [San José] siempre favorece con especial protección a aquellas almas que están inscritas bajo el estandarte de María”.
San Leonardo de Port Maurice
El santo fue un sacerdote franciscano considerado uno de los mejores predicadores de Italia, que estimaba mucho el rezo del Santo Vía Crucis. San Leonardo dijo: “Él [San José] es la prueba de que para ser un buen y genuino seguidor de Jesucristo, no se necesitan grandes cosas, basta con tener las virtudes comunes, simples y humanas, pero deben ser verdaderas y auténticas”.
Beato William Joseph Chaminade
El beato francés del siglo XVIII fue un misionero apostólico y predicador que por su grande vocación a la Virgen fundó institutos marianos. Dijo: “Un siervo de María tendrá una tierna devoción a San José, y con su piadoso homenaje de respeto y amor, se esforzará por merecer la protección de este gran santo”.
“Hazle [a San José] responsable de la protección de tu persona, él, que salvó la vida de su Salvador. Que él se haga cargo de tu salvación”.
Beata Boleslava Lament
La religiosa polaca nacida a mediados del siglo XIX fundó la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia. La beata dijo: “Si es cierto que la Santísima Virgen es la guardiana de todas las gracias celestiales, que su amor por los elegidos es la fuente de su gloria y felicidad, cuál debe ser la gloria de San José, a quien tuvo que amar sobre todos los santos, así como una buena esposa debe amar a su esposo más que a todos los hombres”.
Beato Gabriele Allegra
El santo italiano fue un sacerdote franciscano y misionero en China, donde tradujo la primera versión completa de las Sagradas Escrituras en chino. El santo dijo: “Que él [San José] obtenga para nosotros la capacidad de Santo Domingo, San Vicente Ferrer y el Beato Alan de la Roche para promover el Rosario”.
Hoy, 8 de diciembre, la Iglesia celebra la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. En virtud de ello, los católicos celebramos el designio de Dios según el cual la Madre de Jesús fue preservada del pecado original desde el momento mismo de su concepción, es decir, desde el inicio de su vida humana. Que María haya sido concebida sin pecado es algo que puede entenderse dentro del plan divino de salvación. La Inmaculada Concepción de María constituye un dogma de fe y, por lo tanto, todo católico debe creer y defender dicha convicción, preservada en el corazón mismo de la Iglesia.
A mediados del siglo XIX, el Papa Pío IX, después de recibir numerosos pedidos de obispos y fieles de todo el mundo, en comunión con toda la Iglesia, proclamó la bula “Ineffabilis Deus” (Dios inefable) con la que queda decretado este dogma mariano:
“Que la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles…»
El día elegido para la proclamación del dogma fue el 8 de diciembre de 1854, día en que habitualmente se celebra a la Inmaculada Concepción. En aquella ocasión, desde Roma fueron enviadas cientos de palomas mensajeras portando el texto con la gran noticia. Se cree que unos 400 mil templos católicos alrededor del mundo repicaron campanas en honor a la Madre de Dios.
Unos tres años después, la Virgen María, en una de sus apariciones en Lourdes, se presentó ante la humilde pastorcita Santa Bernardita Soubirous con estas palabras: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
Actualmente son miles las iglesias en todo el mundo que están dedicadas a la advocación de “La Inmaculada” y millones los fieles que le profesan una particular devoción.
La Inmaculada Concepción es patrona de España; mientras que en América, en muchos países ha quedado impostada en otras advocaciones marianas. Por ejemplo, en Nicaragua la imagen de Nuestra Señora de “El Viejo” es una representación de la Inmaculada Concepción, cuyos devotos llaman cariñosamente “La Purísima”. Algo similar sucede en Paraguay con la venerada “Virgen de Caacupé”.
“Yo te curo y Dios te sana”, solía decir San Martín de Porres, “el santo de la escoba”, el humilde mulato perteneciente a la Orden Dominica, quien se santificó, entre otras cosas, cuidando enfermos y menesterosos. Fue nombrado por San Juan XXIII “Santo Patrono de la Justicia Social” y “Patrón Universal de la Paz”. Su fiesta se celebra cada 3 de noviembre.
San Martín nació en Lima, Perú, en 1579. Su nombre completo fue Martín de Porres Velázquez, hijo de un noble español de origen burgalés, Juan de Porres, y una negra liberta, Ana Velázquez, natural de Panamá. Desde niño, Martín dio muestras de su corazón solidario y sensible frente al sufrimiento de la gente. Solía manifestar su preocupación por quienes estaban enfermos o sufrían pobreza. Aprendió el oficio de barbero y algunos rudimentos de medicina. A los quince años pidió ser admitido como “donado”, es decir, como terciario, en el convento de los Dominicos de la Ciudad de Lima.
Ya en el convento, trabajó como enfermero, sin hacer diferencias entre pobres y ricos. Atendía a cualquiera que se presentase a la enfermería con cuidado y esmero. Aunque inicialmente hubo reservas contra él entre los frailes por su origen humilde, en 1603 hizo su profesión religiosa.
Con la ayuda de Dios, hizo numerosos milagros, especialmente curaciones. Martín jamás se atribuyó nada, por eso recordaba constantemente que él solo era sirviente, pero quien devolvía la salud era Dios -de ahí su hermoso “yo te curo y Dios te sana”-. En varias oportunidades, enfermos desahuciados se reponían al solo contacto de sus manos, o incluso, con su sola presencia. Milagros de otra naturaleza también sucedieron por intercesión de Martín: hubo quienes lo vieron entrar y salir de recintos que estaban con las puertas trancadas, mientras otros aseguraban haberlo visto en dos lugares distintos a la misma vez.
La ciudad entera se rindió ante la humildad y la caridad de este Santo. Incluso el Virrey del Perú fue a visitarlo en su lecho de muerte y besó su mano. Martín partió a la Casa del Padre el 3 de noviembre de 1639, acompañado de sus hermanos dominicos, entregando su alma a Dios con un beso al crucifijo.
San Martín de Porres ha sido siempre representado con la escoba en mano, símbolo de su humilde servicio, y la tradición hace referencia a la paz que irradiaba su presencia. Martín unió a los dominicos, unió a Lima, acercó culturas, vinculó razas, “hizo comer de un solo plato a perro, pericote (ratón) y gato”. En buena medida, por ello, San Juan XXIII al canonizarlo en 1962 exclamó: “¡Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos lo feliz y maravilloso que es seguir los pasos y obedecer los mandatos divinos de Cristo!”.
Judas Tadeo aparece último en la lista de los doce Apóstoles de Jesucristo (Mateo 10:3, Marco 3:18). No sabemos cuándo ni cómo entró a formar parte de los discípulos. Lucas le llama «Judas de Santiago» (Hechos 1:13). Juan aclara: «Judas, no el Iscariote» (Juan 14:22). Esta distinción es necesaria dado a que el Judas Iscariote fue quien traicionó a Jesús.
«Judas» es una palabra hebrea que significa: «alabanzas sean dadas a Dios». Tadeo quiere decir: «valiente para proclamar su fe»
El Apóstol Judas Tadeo, «el hermano de Santiago», era probablemente el hermano de Santiago el Menor, se lo menciona así por la notoriedad de Santiago en la Iglesia primitiva «¿No es éste -se preguntan maravillados los habitantes de Nazaret, ante la fama que acompaña a Jesús- el carpintero… el hermano de Santiago y de Judas?».
Después de la Ultima Cena, cuando Cristo prometió que se manifestaría a quienes le escuchasen, Judas le preguntó porqué no se manifestaba a todos. Cristo le contestó que El y su Padre visitarían a todos los que le amasen: «Vendremos a él y haremos en él nuestra morada» (Juan, 14, 22-23). No sabemos nada de la vida de San Judas Tadeo después de la Ascensión del Señor y la venida del Espíritu Santo.
Se atribuye a San Judas una de las epístolas canónicas, que tiene muchos rasgos comunes con la segunda epístola de San Pedro. No está dirigida a ninguna persona ni iglesia particular y exhorta a los cristianos a «luchar valientemente por la fe que ha sido dada a los santos. Porque algunos en el secreto de su corazón son… hombres impíos, que convierten la gracia de nuestro Señor Dios en ocasión de riña y niegan al único soberano regulador, nuestro Señor Jesucristo». Es una severa amonestación contra los falsos maestros y una invitación a conservar la pureza de la fe. Termina su carta con esta bella oración: «Sea gloria eterna a Nuestro Señor Jesucristo, que es capaz de conservarnos libres de pecados, y sin mancha en el alma y con gran alegría».
San Judas Tadeo es uno de los santos más populares a causa de los numerosos favores celestiales que consigue a sus devotos que le rezan con fe, especialmente en cuanto a conseguir empleo o casa. San Brígida cuenta en sus Revelaciones que Nuestro Señor le recomendó que cuando deseara conseguir ciertos favores los pidiera por medio de San Judas Tadeo.
Con frecuencia se ha confundido a San Judas Tadeo con el San Tadeo de la leyenda de Abgar y se ha dicho que murió apaciblemente en Beirut de Edessa. Según la tradición occidental, tal como aparece en la liturgia romana, se reunió en Mesopotamia con San Simón y que ambos predicaron varios años en Persia y ahí fueron martirizados. Existe un presunto relato del martirio de los dos Apóstoles; pero el texto latino no es ciertamente anterior a la segunda mitad del siglo VI. Dicho documento se ha atribuido a un tal Abdías, de quien se dice que fue discípulo de Simón y Judas y consagrado por ellos primer obispo de Babilonia. Según dice la antigua tradición, a San Simón lo mataron aserrándolo por medio, y a San Judas Tadeo le cortaron la cabeza con un hacha y por eso lo pintan con un hacha en la mano. Por ello, la Iglesia de occidente los celebra juntos, en tanto que la Iglesia de oriente separa sus respectivas fiestas.
Hay varias leyendas sobre San Judas Tadeo propagadas por Eusebio que son poco confiables.
El devoto debe cuidarse de no caer ciertos abusos, como la «novena milagrosa» a Judas Tadeo que ofrece al devoto grandes recompensas económicas con la condición de que se hagan varias copias de ella y sean enviadas a un número de personas. Esta novena raya en la superstición y está centrada más en interés económico que en la búsqueda de la santidad.
En octubre, la Iglesia del Perú recuerda al Señor de los Milagros y lo conmemora de manera especial el 28 de este mes.
Esta devoción se remonta al siglo XVII en Perú. La imagen del Cristo, pintada de acuerdo a la tradición por un esclavo originario de Angola, resistió intensos terremotos en la capital del Perú y hoy se encuentra dentro del Monasterio de las Nazarenas.
San Judas Tadeo es uno de los santos más populares, a causa de los numerosos favores celestiales que consigue a sus devotos que le rezan con fe. En Alemania, Italia, América y muchos sitios más, tiene numerosos devotos que consiguen por su intercesión admirable ayuda de Dios, especialmente en cuanto a conseguir empleo, casa u otros beneficios.
Próximos a su fiesta, aquí una novena en su honor para todos sus devotos: